sábado, 2 de enero de 2010

Rata de biblioteca.

Imagina esto. Un muchacho y una muchacha; él rico, ella pobre. Casi siempre es la muchacha la que no tiene dinero y así ocurre en la historia que estoy contando. No hizo falta que hubiera un baile. Un paseo por el bosque bastó para que ellos dos se cruzaran en sus respectivos caminos. Hubo una vez un hada madrina, pero el resto de ocasiones no apareció. Esta historia trata de una de esas ocasiones. La calabaza de nuestra muchacha es solo una calabaza, y la muchacha se arrastra hasta su casa después de medianoche con sangre en las enaguas, violada. Al día siguiente no habrá un lacayo en la puerta con zapatillas de piel de topo. Ella lo sabe. No es tonta. Pero está embarazada.

No os voy a decir de quién es la historia, pero si tenéis interés imagino que con googlearlo bastará. Si en cambio, como yo, sois unos lectores empedernidos, creedme cuando os digo que mejor así; y si alguien quiere alguna otra referencia solo tiene que preguntarme. Y ahora permitidme que siga con mi entrada.

Estas vacaciones están siendo algo extrañas. Nunca me había sentido tan niña y a la vez tan vieja. Por un lado, se están pasando demasiado rápido (igual que los años, igual que los años...), imagino que en gran medida a causa del cansancio que llevo acumulando desde finales de Noviembre, y que ha decidido manifestarse en forma de horas de sueño y un extremo cansancio que me impide estar activa cuando me levanto. No es que la situación me resulte especialmente agradable, todo lo contrario, me repatea no tener fuerzas para hacer nada. En cambio, es esta misma situación la que ha vuelto a despertar en mí un desmesurado y renovado interés por la lectura.
He de confesar, que a pesar de lo que me apasionan los libros, últimamente los he tenido algo abandonados. Más o menos desde hace dos años, el curso del selectivo. Fué entonces cuando decidí leer menos y estudiar más, así que muy a mi pesar, abandoné mis libros en un plano secundario. Ese mismo año, me regalaron por reyes bastantes más de los que esperaba, y, a regañadientes, los coloqué en la estantería para empezarlos cuando tuviera tiempo. Pasó el selectivo, y tras él el verano más deprimente de mi ya no tan corta vida, periodo que transcurrió entre entrenamientos y subastas de la universidad. Y después de eso, farmacia y teatro. El hecho de llevar dos carreras a la vez, junto con los entrenamientos y el trabajo, no ayudaba mucho a mi polvorienta estantería. Acabó el curso, acabé la uni, y me pasé dos merecidos meses y medio de vacaciones (aunque otras personas dudo que los llamaran así). Y este nuevo curso, entre todo lo que he tenido que leer para clase, los idiomas, los ensayos, y todo eso de lo que os hablo siempre, mis libros siguieron tan abandonados como durante los años anteriores. Pero bueno, me estoy yendo por las ramas.
Decía que estas Navidades me han devuelto algo, algo que empecé a cultivar muy de niña, algo que me encanta y me llena de ilusión: las historias. A causa de esa abrumadora sensación de cansancio, hace tres noches que opté por sacar uno de estos volúmenes de su lugar en el estante. Que decir sino que esta misma mañana lo he cogido de nuevo, tras haber leído unas cuantas páginas los días anteriores, y no he podido soltarlo hasta dar con el final. Y que decir sino que me muero de ganas por empezar con otro. Pero la viejecita en mi interior me dice que debo ser lo suficientemente responsable como para ocuparme también de mis obligaciones. Algo de razón si que tiene. Pero no prometo nada.

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