domingo, 27 de febrero de 2011

Como otro cualquiera.

Un día como otro cualquiera, se dio cuenta.
Se dio cuenta un día como otro cualquiera de que había un lastre de plomo en su mirada.
De que su mirada estaba impregnada de tristeza. De que su tristeza estaba llena de ira. De que su ira le impedia ser, le impedía vivir como gustaba. De que vivir como gustaba generaba más ira.

Llevaba varios días, varias semanas sin parar de llorar. Su ausente presencia comenzaba a preocupar, y llegaban las preguntas. Preguntas que no era capaz de responder sinceramente, ni ante ella, ni ante el mundo. Miedos que no era capaz de compartir ni de afrontar en soledad.

Algunas veces, un rastro de lucidez la iluminaba temporalmente, y eso aún le hacía sentir peor, porque sabía que no estaba siendo correcta, racional. Le entraban ganas de gritar, de despotricar, de romperse la garganta diciéndole al mundo lo mucho que lo odiaba. Pero su rabia era pronto contenida, convirtiéndose en una triste gota de agua que surcaba su mejilla, erosionando un poco más su demacrado rostro.

...

Efímera existencia, que se rompe como un fino papel; cuerpos, cuerpos endebles, frágiles como alas de mariposa rotas que no pueden volar, alas que ansían ser libres, que se baten incesantemente en una lucha por sobrevivir.
Despojarse de las cadenas. Intentar con ahínco superar los miedos, dar un paso más, y otro, y otro, y otro... Pequeños pasos que valen un mundo. El esfuerzo máximo de un alma esencializado en una pequeña acción.




Wake up in New York - Craig Armstrong