miércoles, 25 de julio de 2012

Cuando los recuerdos muerden

Son dias de esos en que tienes algo de tiempo para ti, para pensar y descansar un rato. Aprovechan esos momentos que debieran ser de paz para atacarte discreta, sutilmente, y se meten en tu cabeza por las orejas, por la nariz, o por donde salen las lágrimas. Te atacan al cerebro. Son directos, letales, certeros, saben cuál es tu punto débil y que muros es más fácil atravesar. No se lo piensan dos veces. Así, si estás tranquila un día cualquiera de verano, mientras haces la siesta ellos esperan agazapados para poder colarse en tu memoria. Basta con un pestañeo y los encuentras ahí, reviviendo los momentos más preciados u otros que no lo son tanto. Y los síntomas comienzan a manifestarse: anhelos, escalofríos, música, morriña, latidos acelerados... Tu sistema nervioso se queda a cuadros cuando empiezas a temblar, a sonreír, a llorar incontrolablemente. Tú te sientes atrapada en el pasado, queriendo volver a esos bellos momentos, o deseando que algunos de esos recuerdos se borraran para siempre. Es un instante de tiempo distendido en el que no controlas tus sentidos. Y tan súbita y rápidamente como han entrado, salen en un suspiro y se alejan hacia parajes desconocidos por el hombre, donde quedarán en el letargo hasta otro día tranquilo, cuando menos te lo esperes, en que volverán a vagar por las inmediaciones de tu cuerpo, acechando de nuevo.

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