sábado, 6 de agosto de 2011

Que mierda me habrás dado que me hace tan feliz...

No quiero reconocerlo. No quiero ser capaz de decir esas palabras por miedo a que sean verdad.
Pero no es facil volver a la vida real lejos de tí.
Intento olvidarte, intento no pensar en tí... Es inevitable. No pensar es imposible, y más si no hay nada con que entretener la mente. Procuro organizar mi vida un poco y empiezo a deshacer el equipaje. Pero cada rincón de mi maleta lleva tu rostro. Cada minuto espero que lleguen noticias tuyas, que me digas cómo estás, qué estás haciendo, que me echas de menos.
Y sigo esperando, y las noticias no llegan.
Intento decirme que no te quiero, que no me pasa nada, que esto es normal después de un mes de compartirlo todo. No sé si puedo engañarme mucho más tiempo.
Trato de continuar, pero las circunstancias, de nuevo, no están a mi favor.
Me acuesto a dormir después de varias noches sin poder hacerlo, y me despierto angustiada de un sueño en el que estábamos juntos. El calor y tu ausencia se pegan a mi piel, y llorando, en medio de una terrible confusión, meto la cabeza debajo de la ducha. Quiero limpiar esta tristeza, borrar estos pensamientos que no se alejan por muchos días que pasen.
El sol ya no brilla, toda la confianza y la seguridad que me habías dado se van desvaneciendo, aplastadas por el peso de una ciudad demasiado grande para mí. Me hago pequeña, más y más pequeña, y siento que mi espíritu, antaño alegre y aventurero, queda aletargado e indefenso, como aquél pequeño pájaro que quería salir de su jaula sabiendo que él sólo no podía volar...

No hay comentarios: