Hay momentos en la vida en los que las cosas se ponen
realmente difíciles. Todo se ve negro y parece que el dolor y el sufrimiento no
vayan a acabar nunca. Pasan los días, y ves que sigues igual, que tu actitud
frente a este pozo en el que te encuentras sumida no varía por mucho que lo
intentes. Sientes que vas a morir ahogada ahí abajo, en la oscuridad, arrullada
por el frío. Quieres subir, salir a la luz y poder sonreír y hacer alocadas
locuras como antes de tropezar y caer. Pero no puedes levantarte. No es que no
puedas, no tienes los medios; las piernas te fallan y tus brazos no se mueven
por mucho que se lo pidas a gritos. Llega un momento en que tu mente también te
falla, deja de querer luchar, prefiere abandonarse, dice "basta". Pero
en el fondo sabes que conformándote no ganas nada, y sí pierdes. O eso parece.
Es una ardua y constante lucha interna. E interminable. Parece interminable.
Pero va a terminar pronto, y cuando menos te lo esperes, podrás salir ahí
arriba y brillar, porque llevas mucho tiempo apagada, guardando tu luz para
deslumbrar al mundo cuando emerjas de nuevo. Y tú serás el faro de esperanza
para otros que estarán aún en el pozo, y desde bajo verán destellos de cuando
en cuando que les recordarán que tienen que seguir luchando, que no es el
final. No es el final, y lo sabes. Pase lo que pase, llegues como llegues, vas
a lograr salir de ahí.
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